La comunidad cubana en el exilio despide a Iraida Martínez Román, hermana menor de Monseñor Agustín Román —recordado como el “padre espiritual del exilio cubano” y primer obispo cubano en la Iglesia Católica de Estados Unidos—, quien falleció en Miami a los 83 años víctima de un derrame cerebral.
Según informó su hija, Ileana Martínez, murió el sábado 16 de agosto. Las honras fúnebres se realizaron el martes en la Ermita de la Caridad, Santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba y símbolo de la diáspora, un templo cuya construcción contó con el apoyo discreto pero decidido de Iraida.
Una infancia marcada por la fe y la sencillez
Nacida el 19 de julio de 1942 en la finca familiar Casas Viejas, en San Antonio de los Baños, Iraida creció en un hogar campesino humilde donde aprendió desde pequeña los valores del sacrificio y la unión familiar. Aunque la vida era modesta, estaba rodeada de afecto. Uno de sus recuerdos más preciados fue una muñeca de trapo, regalo especial en una casa donde los juguetes escaseaban.
Las tardes de juegos transcurrían bajo los árboles de mango y junto a los cañaverales, siempre bajo la protección de su hermano mayor, quien desde temprana edad asumió la responsabilidad de guiar y cuidar a sus hermanos.

En su formación también fue determinante su paso por una escuela católica dirigida por monjas en San Antonio, donde aprendió disciplina, sencillez y oración. Aquellas lecciones moldearon su carácter fuerte y la fe que la sostendría durante las dificultades del exilio.
El exilio y la separación familiar
La Revolución cubana cambió para siempre el destino de la familia. En 1967, Iraida salió de Cuba con sus hijos, mientras su esposo, Jorge Luis Martínez, permanecía en prisión. El padre Román, entonces sacerdote y más tarde obispo auxiliar de Miami, jugó un papel fundamental en esa travesía: a través de cartas, gestiones y peticiones ante consulados, logró que su hermana y sus sobrinos pudieran abandonar la isla.
La separación con su esposo se prolongó trece años, hasta que en 1980 pudieron reunirse en Miami durante el éxodo del Mariel. Para entonces, sus hijos apenas lo recordaban.
La familia se estableció en La Pequeña Habana, donde Iraida trabajó incansablemente en fábricas de costura y también confeccionando camisas de seda desde su hogar. Con el tiempo, su vida quedó profundamente vinculada a la Ermita de la Caridad, donde colaboraba en la cocina, atendía la casa parroquial, lavaba la ropa de los sacerdotes y preparaba alimentos para retiros espirituales.
Una segunda madre para Monseñor Román
La entrega de Iraida hacia su hermano fue total. Su hija la describió como “una segunda madre para Monseñor”. Lo acompañó en sus hospitalizaciones, organizó su hogar, le cocinaba y lo cuidó con dedicación absoluta. “Nuestra vida giraba en torno a él y a la Ermita. Fue un sacrificio, pero también un privilegio”, recordó Ileana Martínez.
Ese mismo amor lo extendió al resto de la familia, en especial a su hermano Nivaldo, a quien atendió hasta su fallecimiento en 2015. La muerte de Monseñor Agustín Román, ocurrida en 2012, también fue un duro golpe tanto para ella como para la comunidad del exilio cubano, que lo veneraba como guía espiritual.
Legado de fe y servicio
La vida de Iraida Martínez Román estuvo marcada por la fe, la labor incansable y la entrega silenciosa. Su historia refleja la fortaleza de miles de familias cubanas que debieron enfrentar la separación y el desarraigo, pero también la esperanza que se mantiene viva en la comunidad del exilio.
