En el Memorial José Martí de La Habana, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel estampó su firma en una declaración titulada “Urgente necesidad de evitar una agresión militar contra la República Bolivariana de Venezuela”. Rodeado de dirigentes del Partido Comunista y con el embajador venezolano como testigo, el acto cerró con el anuncio de que la población “discipl inada” firmaría peticiones en centros de trabajo, escuelas y barrios.
El régimen presentó la iniciativa como un gesto de solidaridad con Caracas, aunque en la práctica se limita a declaraciones políticas y a recolectar firmas, descartando cualquier acción militar, según confirmó el vicecanciller Carlos Fernández de Cossío.
De la épica militar a las firmas
Durante décadas, el castrismo cultivó la imagen de una revolución armada, dispuesta a enfrentar al imperialismo. Desde el envío de tropas a África hasta el apoyo a guerrillas en América Latina, Cuba se proyectaba como un bastión antiimperialista. Hoy, en contraste, la respuesta ante la posible presencia militar de EE.UU. en el Caribe se reduce a un bolígrafo y una hoja de firmas.
¿Solidaridad o control social?
Más que un apoyo genuino a Venezuela, la campaña funciona como un mecanismo de control interno: medir lealtades, exigir obediencia y reforzar la disciplina social. Firmar no es un acto libre, sino un requisito para demostrar fidelidad al Partido.
Venezuela, un aliado exprimido
Durante más de 20 años, la isla recibió petróleo y créditos blandos de Caracas a cambio de médicos, maestros y asesores en seguridad. Sin embargo, en el momento de mayor tensión, Cuba ofrece solo respaldo retórico. Ni tropas ni armamento, solo discursos y propaganda.
El antiimperialismo de salón
La recogida de firmas es el reflejo del desgaste del proyecto revolucionario: de rifles y guerras en África a simples declaraciones políticas. El régimen, atrapado en una grave crisis económica, ya no proyecta fuerza, sino un antiimperialismo simbólico y vacío.
